jueves, enero 08, 2009

Fiestas de hiel y rosas

Tras dos semanas largas de vacaciones escolares, comidas pantagruélicas y horarios cambiantes, volvemos a la rutina habitual de casa-trabajo-entreno-trabajo-casa entre semana.

Estas fiestas para mi son entrañables, puesto que nos reunimos la familia al completo: veinte personas que representan tres generaciones y que, afortunadamente, todavía no presenta ausencias que lamentar.

Desgraciadamente, esto se ve empañado por el desaforado consumismo que, desde hace unos años, ha invadido estas fechas, y contra el que es complicado luchar. Papa Noel y los Reyes Magos se dan de tortazos para repartirse el negocio, y los niños reciben una avalancha de regalos, la mayoría de los cuales dejan abandonados tras destrozar su envoltorio.

Este consumismo es muy dañino, sobre todo para los más pequeños. Los niños pierden la noción del valor de las cosas; no supone esfuerzo alguno conseguirlas, y eso les hace más débiles.

Yo soy férreo partidario de inculcar a los niños que cualquier logro se consigue a base de esfuerzo y constancia, que uno se siente enormemente satisfecho cuando alcanza un objetivo tras un duro trabajo, y que los regalos “gratuitos” debilitan al que los recibe.

Intento que piensen por si mismos, aunque su opinión, sus gustos o sus criterios no coincidan con la de la mayoría, pero cada vez es más complicado.

Por ahora tengo suerte, puesto que mi hijo mayor –tiene 10 años- creo que entiende lo que le digo, y me gusta que me discuta las cosas, muestra del correcto desarrollo de su personalidad; que se alegre cuando la profesora lo felicita por sus resultados escolares, consciente de que son fruto de su esfuerzo y constancia diaria; que quiera ir a entrenar a pesar de haber tenido un día duro, reflejo de su interés e implicación por todo lo que hace; y me gusta que, tras mi regañina por no haber hecho algo correctamente, o tras la suya por haber sido yo excesivamente riguroso o haberme equivocado, acabemos fundidos en un abrazo conciliador que me devuelve la vida.

De lo que no estoy tan seguro es de si tendré suficientes energías para lidiar con los dos pequeños, de cuatro años, pero eso ya es otra historia, pendiente de escribir.

2 comentarios:

depiedraenpiedra dijo...

lo que cuentas me recuerdac(bastante) a lo que mi madre me decía de pequeña...
Hay una historia que suelo contar para ilustrar la forma en que me educaron: yo tenía 4 años y mi madre ya me daba mi paga semanal (un duro, cinco pesetas). Yo quería un huevo kinder (40 ptas) que le pedía a mi madre con cierta insistencia. La respuesta de mi madre fue: tienes que ahorrar. Y allí me tuviste cerca de dos meses(creo que al final alguien me regaló algún duro) para comprarme el huevo del copón, de cuyo interior salió un horrible vikingo que fue la primera decepción de mi vida.
Por supuesto nunca volvi a pedir uno de esos y empecé a aprender que el dnero no crece en lo árboles.
Seguramente mi madre se pasó un pelo, pero bueno...consiguió su objetivo.

saludos, Vicente.

Vicente dijo...

Nere, tu madre hizo un gran trabajo :)