miércoles, octubre 25, 2006

Mi primer maratón: Valencia '06

Los instantes previos a la salida

Nervios, emoción, ganas inmensas de correr, … multitud de sensaciones se agolpan en mi interior. Es mi nacimiento para la maratón, mi primer GRAN reto desde que entré en el mundo del correr. Hablo con unos y otros, compañeros de club, conocidos de otras carreras. Estas conversaciones me sirven de escape y ayudan a que transcurra el tiempo.
La inicial preocupación por el tiempo, nublado y ventoso, es engullida por el resto de sensaciones.

La salida

¡¡Pam!! Salimos en el grupo de 3h30, ya está, ha comenzado el reto. Salgo eufórico, invencible, seguro de superar la prueba; además, mi hijo mayor estará en la meta y eso ocupa en mi mente un lugar privilegiado.

La primera mitad

Los kilómetros pasan rápido; vamos con un ritmo algo irregular pero las fuerzas se mantienen; las pulsaciones son algo altas, pero no me preocupa. Veo a mi hijo, con mi hermano y un primo mío, están haciendo fotos y me animan al pasar, tímidamente él: inyección de fuerza y moral.
Llega el km. 21 y lo pasamos algo más rápido de lo previsto, pero sigo bien. La gente cada vez habla menos.

Comienzan las dificultades

A partir del km. 24 comienzo a notar cansancio, pero pienso que será normal. Mi compañero aumenta ligeramente el ritmo y se va marchando, poco a poco, pero estaba previsto; está bastante más fuerte que yo.
En el km. 28 noto que me cuesta seguir el ritmo del grupo, y comienzo a preocuparme. El km. 29 supone un punto de inflexión en mi carrera, pierdo el contacto con el grupo y noto que las fuerzas me abandonan. Intento beber más, pero posiblemente sea tarde.

Llega el calvario

En el km. 30 cometo un error fatal, me tomo una bala de glucosa. Estoy bastante jodido, y entonces vuelvo a ver a mi hijo y recupero algo de energía, incluso le sonrío y le hago un gesto de que todo va bien, pero mi hermano se da cuenta de que lo estoy pasando mal. Para arreglar las cosas, el viento nos comienza a dar totalmente de cara.
Hago un análisis de la situación, y determino que tengo que acabar sí o sí, así que cambio de táctica: mi meta es pasar cada kilómetro en menos de 6’30, algo que voy consiguiendo y que me infunde algo de moral. Por otro lado, veo que hay gente en peor estado que yo, lo cual me ayuda a seguir.
El último tramo, dentro del antiguo cauce del río, es tremendo, con la tierra levantada por el viento que te da en el rostro, pero me concentro en los tiempos y pienso que tengo a mi hijo esperando en meta, así que consigo que los últimos kilómetros no sean demasiado agónicos.

¡Meta a la vista!

En el último kilómetro me permito el lujo de “cambiar” el ritmo –lo hice en 5’38-. Entro en la pista de atletismo y, de pronto, me invade una sensación de euforia y felicidad increíbles. Cruzo la meta exhausto pero feliz, veo a mi hijo en la grada sonriendo, y le hago el signo de la victoria.

El esfuerzo se paga

Cuando paro, empieza a dolerme todo; ando un poco, intento estirar pero no puedo, me dan calambres. Veo a mi compañero, fresco como una rosa, y nos vamos hacia la zona en la que están nuestras bolsas.
Comienzo a sentir frío, me dan una gabardina pero el frío no me pasa. Mi compañero me mira y me dice que me estoy poniendo pálido, así que llama a uno de los médicos, que al verme me dice que trae una camilla y nos vamos a la zona de “percances”. Allí me tienen durante un rato hidratándome y dándome glucosa, con un par de mantas encima; parece ser que no me he hidratado bien en carrera y la bala de glucosa me ha dado la puntilla.
Mi hijo está dando una vuelta, sin saber lo que pasa, y cuando pregunto por él me dicen que no está preocupado por no verme. Cuando puedo levantarme, agradezco efusivamente la atención prestada y vuelvo a casa, feliz.
La experiencia ha sido inolvidable, y me ha hecho más fuerte -sobre todo mentalmente-. Ha sido mi primera maratón, pero no será la última.

Ah, por cierto, el tiempo fue de 3h42, pero al final fue lo de menos. De todos modos, este año me vengaré, prometí volver y sacarme la espina.

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