Cruzo apresuradamente el pétreo cementerio para dirigirme en busca de otra preciosa senda que discurre serpenteante por los contornos del campo de golf de la Coma. Me incorporo a un tramo del sendero de la luna llena, hasta que llega el momento de desviarse de nuevo a la izquierda para acometer otra dura subida, hasta un inmenso poste de la luz y, de ahí, a una antena de comunicaciones, esculturas fuera de lugar en unos parajes tan rudos y vivos.
Las subidas son cortas pero duras, con desniveles acusados y muy pedregosas en su mayoría. Intento subir con “la reductora”, es decir, trote corto y constante eligiendo bien el lugar de cada pisada. Hay algo de masoquismo en el goce al sentir la quemazón en las piernas por el exigente y continuado esfuerzo, al notar las pulsaciones de un corazón desbocado que se esfuerza en bombear el reparador oxígeno a los cansados músculos pero, tras llegar a la cima, la satisfacción es máxima.
Desde la antena de comunicaciones un, en ocasiones, complicado descenso me lleva de nuevo a la cantera, que abandono rápidamente en dirección a Borriol por la pista. Tras finalizar el tramo boscoso, giro a la izquierda para acometer una nueva y dura subida que finaliza en otro de los gigantes postes de alta tensión. Esta subida es la más larga de todas, en un paraje pelado con todavía restos del último y devastador incendio que se provocó en este precioso entorno.
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